Voces (Antonio Pérez Morte)
Oigo la voz de Juan en mitad de la noche, pero Juan, atroncado por la fiebre, no me llama, así que le miro dormir relajado y le contemplo guapo e inmenso... Tomo un poco de agua y vuelvo a la cama. ¿He dormido algo? La verdad es que no lo sé, creo que no, pero ahora, como en un segundo, el reloj me acaba de robar una hora y las cervicales todavía me duelen más. Me doy un masaje rápido con alcohol y en unos segundos descubro que no es el cuello lo que más me duele, sino las piernas: Se me han vuelto a subir los gemelos, cada vez me pasa más a menudo, y la intensidad no remite, por más que presiono fuertemente contra el suelo. Dicen que esto pasa por falta de magnesio, pero yo tomo magnesio, así que serán los puñeteros nervios. Mis puñeteros nervios, que acaban de despertar también a Pablo y se levanta una vez más. Le escucho, pero no salgo, no quiero desvelarlo, así que vuelvo a mi cuarto con los ecos del llanto infantil de mi madre, y ese pinchazo que me hace recordar a Salva Iborra, un poeta amigo, asesinado en el vano intento de recuperar a otro amigo su bicicleta robada. Estamos en crisis y los precios bajan, las vidas ya no valen nada. Nada. Ahora, que estaríamos todos de acuerdo, en comprar aquella hermosa vida, llena de oportunidades, a Félix Romeo, vemos que no, que no es posible todavía. No podemos hacernos, sus amigos, con ese chollo en los outlets de lujo. Habrá que apechugar, como lo hicimos siempre, y seguir adelante, poniéndole ilusión y fantasía como lo hacía, también, Maribel Marco, cada día, al levantarse. ¡Creo que voy a tomarme un café y a intentar una sonrisa!
Antonio Pérez Morte
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